Bello e indomable

17/Ene/2017

 

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Esa irresistible atracción que algunos sentimos por los autos que nacieron ( y murieron) mal, nos lleva a escribir notas como la que estoy comenzando en este momento en las que se adora un objeto absolutamente desafortunado pero encantador por su historia y valentía con la que se presentó en las pistas.

Como de carreras no se mucho y aunque refiero andar rápido antes que mirar como otros lo hacen, hay algunos autos que marcaron pasiones y que (claramente) fueron enormes fracasos en lo deportivo. De esa época tan romántica de mi infancia y de la Formula 1, siempre tuve una extraña atracción por el magnífico Arrows A2.

Sin ser un erudito como ya dije, pero sí alguien sensible a las formas, les ahorré el trabajo de leer en Wikipedia acerca de esta criatura y les voy a contar en esta lánguida y pegajosa mañana de enero lo que me anda pasando con este auto.

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Nace de la punta afilada del lápiz de Tony Southgate, uno de los cerebros que junto a Colin Chapman dieron forma al Lotus 79. Poco después de ponerle el moño a aquel revolucionario auto, a finales de 1977 el buen Tony tomó otros rumbos y luego de su paso por Shadow, recaló en Arrows para hacer un auto con su sello (a fin de cuentas lo que todo diseñador quiere en algún momento…).

Tomó la experiencia de su anterior trabajo pero la llevó al extremo, convirtiendo el auto en sí en una auténtica ala invertida. Entre las concesiones que tuvo que hacer para lograr esta forma, la más estridente fue la de inclinar el conjunto motor-caja 4 grados hacia adelante, es decir ponerlos “en picada” para facilitar la salida del aire en la zona posterior. Aquí el aire estaba contento de salir lo más limpio posible del auto, pero el que pagaba estos lujos era el centro de gravedad que en la zona posterior del auto se elevaba considerablemente ya que la altura del motor allí era algo arriesgada, lo que derivaba en ataques de furia del chasis e incontinencias con reacciones fuera de lugar cuando las circunstancias no lo preveían, por ejemplo en plena recta…

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Riccardo Patrese y Jochen Mass poco pudieron hacer para domar esta hermosa y sensible bestia que sólo participó en un puñado de grandes premios con más pena que gloria, dejando un sinsabor a quienes disfrutábamos de ver cosas nuevas sobre la cinta asfáltica. Convengamos que en 1979 no existían las herramientas de simulación hay hoy en día, por ende el veredicto a la creatividad y el riesgo técnico lo daba directamente la pista.

La obnubilante teoría se había convertido en una pesadilla. Para empezar, el A2 soportaba tales cargas aerodinámicas que doblaban el monocasco como un chicle Bazooka Jirafa, por lo que tuvo que ser reforzado con el consiguiente aumento de peso que afectó (esto también ) a su ya alto centro de gravedad.

El Arrows A2 debutó en el Gran Premio de Francia de 1979 y fue un desastre desde sus primeros metros. Los pilotos se sentaban mucho más inclinados que en los autos de la época, lo que rompía todas sus referencias. “Pero ese no era el problema”, recordaría Jochen Mass, “el problema era su  espantoso comportamiento”. Fue así como el bólido con una de las mejores Livreas de esos años, la recordada «Warsteiner» dorada, desandó rápidamente los pasos y se despidió mucho antes de lo pensado del gran público.

Queda recurrir para rematar este ensayo sobre técnica, a la palabra de los que saben en serio de estas cosas. Por lo pronto vaya desde aquí un puntapié inicial para debatir sobre formas y prestaciones, o mejor dicho sobre arte y técnica, un matrimonio de difícil convivencia desde que los autos son autos.

Salió el sol, me voy a pasear.

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