El día en que el General se quedó en llanta con Madame Ivonne

29/Oct/2018

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El General era un tipo de costumbres arraigadas, formal y algo exquisito. En su quinta de Gaspar Campos… ¡Sacre Bleu, otro lapso freudiano! Va de nuevo: en su casa de campo de Colombay-des-Deux-Églises, por ejemplo, estaba acostumbrado a desayunar con el diario que le llegaba en el tren de París a las 8:11 de la mañana. Si el tren llegaba a las 8:12 ya había que darle explicaciones.

Él tenía poca paciencia con la impuntualidad. Casi tan poca paciencia como la que tenía hacia la gente poco confiable, a los que detectaba con un olfato infalible. Desde su histórica proclama advirtiendo que regresaría a todo aquel tentado de colaborar con el nuevo régimen cuando la entrada triunfal de los Alemanes en París en junio de 1940, tuvo enemigos jurados. Enemigos en ambos extremos de la política francesa, en la mafias y en las fuerzas armadas galas, donde había quienes le acusaban de haberlos traicionado al haber decidido la retirada de Argelia. Otros le reprochaban mantener la Francia de posguerra casi fuera de «la Guerra Fría» y sin bases extranjeras en su territorio. Peor aún que hubiera desatado confiscaciones de empresas de mucho arraigo como Renault. Otros menos olvidaban que hubiera firmado órdenes de ejecución de colaboracionistas y hasta de algunos periodistas porristas del régimen de Vichy, inmediatamente luego de la liberación en 1944. Entonces, no faltaban motivos para quererlo muerto al General.

Y así, algunos pusieron manos a la obra. Los complotados eran el «quién es quién» del armas tomar. Ex-Nazis, mercenarios anticomunistas de Europa del Este, comunistas, pies negros de Argelia, militares franceses despechados, anarquistas como el famoso Illich Ramírez y dios sabe cuántos otros. Hubo varios intentos. Algunos abortados temprano y otros que llegaron más cerca de costarle el cuero al General. Digamos que al General le daba el cuero pero además él era un hombre de suerte: cómo veremos, sus choferes sabían elegir la flota presidencial.

¡Si, adivinaron! Esto no es una nota histórica, yo no sé nada de historia. Esto es una excusa para hablar de autos franceses. Lo que sigue es la breve historia de la «Operación Carlota Corday», uno de los atentados que pasó más cerca de lograr su objetivo. Recuerden por favor: no soy historiador. Si alguien busca rigor histórico aquí, le digo olvídese y cache Wikipedia, que no muerde.

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El 22 de agosto de 1962, en una rotonda del «conurbano» parisino, frente a la fonda del Petit-Clamart, a unos kilómetros al suroeste de París, no muy lejos del observatorio donde está pintada en el piso la línea imaginaria de Meridiano de París, se iban a cruzar los destinos del General con los jinetes del apocalipsis montados en cinco íconos de la industria automotriz francesa. ¿Dónde más que en Francia de los años 60 se podían reunir lo bueno, lo malo y lo feo (además de lo lindo y lo rápido) de la industria automotriz nacional para tratar de hacerle la boleta, por enésima vez, a un presidente que aún hoy gran parte del país recuerda con nostalgia? Y todo eso sin la participación de un sólo auto importado.

Una camioneta Peugeot 403, un Simca 1000, una Renault Estafette y dos Citroen ID 19 cargadas con los 15 fierreros armados hasta los dientes esperaban en la rotonda. La emboscada al General la habían planeado algunos ex oficiales, veteranos de la guerra de Argelia, que habían quedado con la sangre en el ojo luego de la retirada ordenada por CDG. En teoría eran profesionales y el plan era perfecto. Pero, como veremos, hasta los mejores planes se vienen abajo, a veces por casualidad, a veces por incompetencia, y a veces porque alguna piecita de la tecnología no funciona como se anticipaba. O también, como en este caso, porque otra joyita de la tecnología funciona mucho mejor de lo que se esperaba.

Un militar prusiano decía que «los planes de guerra son indispensables pero raramente sobreviven el primer contacto con el enemigo». Los complotados habían tomado cuidado de obtener sus armas para el atentado en el mercado negro para evitar que fueran rastreadas hasta el ejército francés. Tampoco les habían permitido entrenarse con las nuevas armas para no levantar la perdiz. A quien debía abrir fuego primero para dar comienzo al ataque, le había tocado en suerte una ametralladora que jamás había utilizado antes: una Thompson, también conocida como Tommy Gun. Ese fierro legendario, que ya era viejo en esa época, aparentemente tenía el seguro en el lado opuesto al de los fusiles automáticos franceses de la época.

IntÇrieur DS Prestige 1970 - 20.923.11 - copyright PEYRINET -

A eso de las 20:20 hs del 22 de agosto de 1962, el discreto cortejo presidencial compuesto por dos DS y dos motociclistas de la guardia presidencial se acercaba a la rotonda del Petit-Clamart a unos 90 km/h. Habían partido un rato antes del Palacio del Eliseo con rumbo al aeropuerto de Villacoublay desde donde un avión debía transportar a la comitiva hasta el aeródromo más cercano a la residencia del General en Colombay-des-Deux-Églises. En el primer auto, al mando del chofer presidencial François Marroux, estaban el yerno de CDG, el también general Alain Boissieu, y en el asiento trasero CDG y su esposa Yvonne. En el segundo auto le seguían un comisario, un brigadier de la policía nacional, uno de los guardaespaldas del General De Gaulle y un médico militar. Aunque nunca se confirmó, se sospecha que un comisario de la custodia del Palacio del Eliseo habría pasado a los complotados el itinerario y el número de patente del auto en que viajaba CDG. Este comisario había presentado su dimisión a la policía un día antes del atentado. En honor a la verdad, nunca se pudo probar su participación y nunca fue procesado.

Apostado unos 300 metros antes de la rotonda, Jean Bastien-Thiry, el jefe de la «Operación Carlota Corday», observó el paso de la comitiva y dio la señal convenida agitando el diario que tenía en sus manos. El plan era atrapar el vehículo presidencial en un fuego cruzado desde atrás. Cuando el primer auto pasó delante de los fusileros en la Renault Estafette, estos abrieron el fuego. No antes que el fusilero de la Tommy Gun, quien debía abrir el fuego primero para dar la señal del comienzo del ataque, se pasara unos segundos buscando cómo destrabarle el seguro mientras el DS con CDG abordo a 90 km/h cubría exactamente 25 metros por segundo. La balacera comenzó un segundo tarde y duró bastante menos de un minuto. Se dispararon 187 balazos, la mayoría saliendo de la Estafette donde había 5 tiradores. De esos disparos entre 14 y 18 impactaron la DS 18 del General. Tres neumáticos fueron perforados por los impactos. Otras balas impactaron en el vidrio de la DS del lado de CDG. Otros atacantes, en un ID 19 azul estacionado en la vereda de enfrente se lanzaron a perseguir el auto presidencial. El ID 19 azul logró insertarse brevemente entre el auto de CDG y el segundo DS de la comitiva pero sus disparos fueron poco precisos. No se sabe muy bien por qué, abandonó la persecución luego de unos 300 metros.

A todo esto, la DS con CDG a bordo, con tres gomas en llanta, se alejaba del peligro a 90 km/h bajo la experta muñeca de Marroux. La comitiva continuó a buen paso hasta la base aérea de Villacoublay.

Una vez allí, se constataron los daños. Una de las balas que impactaron la ventanilla trasera había pasado muy cerca de la patricia y dura cabeza del General. Su esposa Yvonne no había sido herida. Ni siquiera herida en su sangre fría. Lo primero que ella expresó llegada a la base aérea fue su preocupación por la condición de las «poules» o «gallinas» que, coincidentemente, es un término que se utilizaba en Francia para designar a los policías. Uno de los asistentes respondió que «afortunadamente ningún agente había sido herido». Explicó que una bala había dado en el casco de unos de los dos motociclistas de la guardia pero no había llegado a perforarlo. «No me refería a ellos» respondió la primera dama. «¡Las gallinas a las que me refiero son las codornices en gelatina que compré esta mañana en Fauchon para la cena de esta noche, que están en frascos en el baúl de la DS!». El duro general pantalones de acero, quien no tuteaba a su esposa, se permitió un momento de ternura diciendo «¡Vous êtes brave, Yvonne!«.

Los complotados, anticomunistas húngaros, pies negros argelinos y militares franceses de Francia metropolitana, se tomaron el buque pero fueron cayendo de a poco. Uno de los primeros fue parado por la Gendarmería en un control de ruta e inmediatamente, según dicen, comenzó a jactarse de que casi se había cargado al presidente. De todos modos ya había sospechas y varias pistas como para que la investigación terminara identificando a todos. Para 1963 los integrantes del grupo comando fueron juzgados, hasta alguno en ausencia. Algunos fueron condenados a muerte pero luego la pena les fue conmutada por el propio CDG menos a uno: el jefe de la operación, Jean Bastien-Thiry, quien fue ejecutado. Uno de los complotados fue entrevistado, ya octogenario, no hace muchos años. A la pregunta del periodista sobre si sentía algún remordimiento, respondió: «Sí, el de haber fallado en el intento».

Esto no sería Vaderetro si cerráramos la nota sin fogonear una encendida polémica sobre los detalles técnicos. Sin ir más lejos, cómo dilucidar si fue realmente la suspensión hidroneumática la que salvó el día. Continuar a 90 km/h (algunos dicen 80) con tres gomas en llanta no es fácil. Calculo que debe haber al menos unos 6 km del lugar de la emboscada hasta el aeropuerto. No son ni autopistas ni grandes avenidas sólo un camino departamental típico de los años 50-60 o tal vez aún más viejo. Bajo cualquier circunstancia, aún con neumáticos intactos, el límite físico para una DS con una carga tan delicada debía andar por los 100 km/h. ¿Podía la suspensión hidroneumática de la DS equilibrar el auto con tres gomas en llanta? Seguro que podía bajar o subir el despeje del suelo. Ya en el terreno de las hipótesis, supongo que una sola bala en la esfera que almacena el nitrógeno y el líquido hidráulico, hubiera dejado el auto sin suspensión, ni frenos, ni dirección de potencia, etc. Lo dejo para los expertos.

Un factor referido a otro tipo de fierros es que un segundo pasa muy rápido, mientras la DS recorría 25 metros por segundo la mayoría de las armas con que contaban los complotados tenía una velocidad de fuego no superior a un disparo por segundo ¿Combinación de factores técnicos y un poco de suerte tal vez? Ríos de tinta se han volcado sobre esta historia con explicaciones por gente mucho más ilustrada que yo, simple aficionado. Seguro que entre los lectores habrá alguien que la tenga más clara y pueda aportar detalles y correcciones.

Fotos: Prensa Citroën

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