Gustavo Fosco

28/May/2014

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Mañana habíamos quedado en juntarnos en el estudio de Jorge Ferreyra Basso para comenzar a darle forma a esas reuniones postergadas entre quienes dedicamos nuestra vida a alimentar al niño que llevamos dentro.

Ese mismo niño que nos repetía en todo momento que había que dibujar autitos porque es lo más lindo que te puede pasar en esta vida. ¿No es cierto?

Porque mientras dibujás te refugiás en tu mundo. Allí nadie te puede invadir, nadie te puede molestar. En ese reino de colores tuyos, vos siempre sos el que dicta las leyes, el amo de las formas. El dueño de la pelota.

Cada vez que dibujamos, cada trazo, cada línea y cada sueño que dejamos plasmado en la hoja nos hace inmensamente felices. La sonrisa cómplice de haber encontrado esa curva tan esquiva que aparece cuando estamos por tirar la toalla, nos hace tocar por un instante el cielo con las manos.

Nos hace sentir dueños de nuestro mundo y de todos los mundos del mundo.

Mi mundo y el tuyo es a fin de cuentas el mismo. Es apoyar la cabeza en la almohada y juntar montañas de fantasías que se hacen de verdad, y con las que podemos tutearnos cuando nos dan un lápiz y un pedazo de papel.

Tuve la suerte de tenerte como amigo y compañero de sueños.

Tuve la suerte de realizar el viejo anhelo de sentarnos a dibujar autitos juntos.

Tuve la dicha de vernos otra vez purretes disfrutando de las formas que una tarde inventamos.

Tengo y tendré el honor de llevarte conmigo como el gran compañero de utopías y viajero incansable de nuestros universos intangibles.

Gustavo, desde esta foto tan tristemente real de la película, miro el paño celeste que tocaste alguna vez con tus manos, y saludo al niño que se despide desde su eterna alma inquieta.

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