Bestia de eventos, acaparador nato de miradas lascivas, este Lorraine-Dietrich de 1924 vuelto a vestir por la afamada sastrería de Paraná fue quizás la mejor sorpresa de Autoclásica 2015.
En breve nos gustaría entrevistar al diseñador de este aparato quien cuenta en su carpeta con otros tantos artefactos de este tipo. El diseño no solo se trata de la monótona tarea de proyectar hacia adelante como todos piensan, sino a veces como en este caso, el desafío consiste en reinterpretar y encontrar un hueco de lo que pudo haber sido este objeto en sus primeros años de vida con otra carrocería a la que montaba en origen.
No es fácil el ejercicio y resulta tan o más difícil que componer una obra con temática de los días que corren o que correrán. Lo que está claro que el manejo de proporciones y equilibrio de las figuras, sobre todo en la vista lateral, es completamente atemporal y transversal a cualquier tipología y generación de automóvil.
Loas pues al lápiz de Luis Huber, quien desde su tablero imaginó sueños retroactivos de “Gentlemen Drivers” y los desparramó sobre esta prepotente osamenta de corazón francés.
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