Autoclásica 2016: una de John le Carré

17/Oct/2016

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Llegué a Autoclásica el viernes y casi de inmediato rumbié pa’l Autojumble. Mi lista de compras era breve pero incluía un par de “figuritas difíciles”, por lo cual me pareció una buena estrategia madrugar a la horda de buscadores que iban a aparecer el sábado y domingo.

Tuve suerte a medias. Tuve la buena fortuna de encontrar algo que no había logrado en alguna visita anterior: un juego de acrílicos delanteros –blanco/ámbar- casi, casi 0 km para mi Alfetta GTV (que suelen perder sus ángulos agudos externos ante el menor toque). También compré un escudito para la tapa del baúl (esa era figurita fácil) para reemplazar al actual, desleído por el paso del tiempo.

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Pero el último ítem de mi lista no aparecía por ningún lado. Buscaba una plaqueta de mando de luces, indicadores y limpiaparabrisas. La que tengo colocada ya no ofrece la opción de barrido intermitente y ha sufrido algunos “puenteos” para lograr que se enciendan todas las luces que traía el auto de fábrica. Una amenaza latente de corto circuito masivo.

Pasé por otros puestos, sin suerte. En mis caminatas posteriores recalé en el stand del Club Alfa Romeo y como al pasar mencioné mi faltante. Para mi sorpresa y alegría me dijeron que al día siguiente –sábado- vendría un señor que podría tener una para la venta. El sábado por la mañana conocí a Don F quien me dijo que efectivamente tenía una plaqueta nueva y que me la vendería a un precio más que razonable. Me explicó que había restaurado una Alfetta hace un tiempo, que como tenía algunos inconvenientes con los comandos eléctricos había comprado el repuesto en Italia pero que, al final, sus problemas habían resultado ser por temas de cableado y que el repuesto había quedado guardado en su casa. Ahí nomás nos dimos la mano y cerramos un trato de palabra.

El domingo por la mañana salí a campear a Don F, sin éxito. Al rato un allegado al stand Alfa me dijo que el señor había decidido pasar un domingo en familia pero que seguramente andaría por ahí al día siguiente con mi encargue.

Aquí, conviene aclarar que el que suscribe vive en la lejana Patagonia y que ya tenía pasajes de regreso pa’ sus pagos ese domingo por la tardecita. Mi primera reacción fue una especie de mini “panic attack”. El pequeño tesoro se escurría de entre mis dedos. Ahí empecé a pensar en posibles soluciones: pedir datos para hacer una transferencia bancaria y arreglar el despacho por encomienda, dejar la gestión en manos de algún amigo porteño…

Fue entonces que un alfista tomó el toro por las astas. Llamó por teléfono a Don F y me comunicó con él. Hubo largas disculpas de ambas partes: que quizás yo no había sido claro sobre mi partida, que él quizás no me había entendido. Luego de conversar un rato surgió su generosa oferta. Me preguntó cuáles eran mis planes y cuando le dije que alrededor de las 18:00 pensaba tomarme el tren hacia Retiro me dijo: “No hay problema. Yo vivo en Capital. Me llamás cuando estés en el tren y yo me tomo el subte. Nos juntamos en el Café Porteño que está en la punta del hall y listo”. Evidentemente, un tipo muy gaucho.

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Todo marchaba sobre ruedas. Tomé el tren y cuando pasaba por Olivos llamé para confirmar horario. Quince minutos después recorría el largo trayecto por el inmenso hall de Retiro con mi mochila al hombro, rumbo al cartel luminoso que marcaba nuestro punto de encuentro. Tanteé la puerta de acceso del salón brillantemente iluminado pero no se movió. ¡El “Café Porteño” descansa los domingos! Y con razón. Miré en derredor y me di cuenta que estaba casi solo. Mi única compañía era una parejita adolescente sentada en el suelo, respaldados contra una pared y abrazados en su amoroso mundo privado. De tanto en tanto pasaba algún transeúnte, recorriendo el pasillo que comunica con el exterior. A lo lejos se veía gente chiquitita que se movía en el espacio que media entre las boleterías y andenes.

Comencé a caminar lentamente de un lado a otro, del hall a la calle y vuelta. Pasaban los minutos y Don F no aparecía. Y seguían pasando. Y no aparecía. Cuando uno espera, empieza a lucubrar. “Se cortó la luz cuando bajaba en el ascensor.” “Hay paro de subtes”. “No, tonto, ¿quién hace paro un domingo?”  En cierto momento pasó un policía que me observó, tratando de descifrar si mi actitud constituía motivo de sospecha.

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De repente sonó mi celular. ¡Don F! “Estoy en la puerta del café”, me dijo. “Yo también, pero está cerrado y no te veo”, le respondí. “No, ¡está abierto! Están las luces encendidas adentro. ¿Dónde estás?”, me preguntó. “En el hall central”, le dije “Ah, sí, tenés razón, está cerrado. Yo estoy del lado de la calle. Esperame, que ahí voy”. 

Nos dimos la mano. Miramos a nuestro alrededor. Esa punta de Retiro el domingo al anochecer parecía un desierto de mármol apenas iluminado con una luz mortecina. Caminamos hasta un banco cercano, nos sentamos y cerramos rápidamente la transacción. Cruzamos billetes y una bolsa roja de papel de donde asomaban las perillas de la famosa plaqueta. Conversamos en voz baja unos minutos más, nos despedimos con otro apretón de manos y nos fuimos caminando con distinto rumbo.

Mientras me alejaba no pude dejar de pensar, “Esto ya lo vi en una novela de John le Carré”.

Fotos: Eirwal, Diego Speratti y Yani Bartoszek

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16 Comentarios

  1. Volví a leer el excelente relato de Don Eirwal y ver las fotos por enésima vez y realmente no me imagino un título más adecuado. Retiro, un domingo da un poco de miedo. ¿alguien sabe que fue de la locomotora que por una moneda nos hacía viajar por el mundo ?

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  2. Volvé Beresford, que te perdonamos !!!!

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  3. que buen relato!! me encantó como el misterioso proveedor lo tuvo «cortando clavos» hasta el último segundo……

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  4. Retiro, que estación de puta madre. ¿Alguien sabe en que año se hizo?

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    • 1910 / 1915 má o meno.
      Fueron lo inglese fueron.

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  5. Qué buena historia y qué linda manera de terminar la visita. Ya me agendo ese café para conocerlo. Me gustan los cafés clásicos, cada uno tiene su valor así sea La Puerto Rico o el New York Cafe de Budapest.

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    • Don «Entre Ejes»: no tengo la fortuna de haber conocido Budapest, pero durante varios años trabajé en una oficina que quedaba en la misma cuadra de la calle Alsina que «La Puerto Rico». Nos rateábamos -casi como colegiales- para disfrutar de un café sobre sus mesas de granito negro. Hace añazos que no regreso -y me late que el lugar ha sufrido cambios pa’ pior- pero concuerdo con que es un sitio por demás valioso.

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      • Estuve hace tres meses y no ha habido grandes cambios, todavía tiene el pequeño escenario en el medio y siguían firmes las tartas de verdura y algunos chocolates artesanales.

  6. Qué suerte que la historia tuvo final feliz!
    Excelentes las fotos!!! Aportan un montón al dramatismo…

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  7. Aclaro que las fotos b/n son mérito de la extraordinaria producción de Vaderetro. Las mías son las que parecen salidas de una publicación de Mercadolibre. 🙂

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  8. De novela negra. Excelentes fotos!!!

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  9. Eirwal, casi de Hitchcock, esas fotos B/N metian miedo. Felicitaciones por el articulo.

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  10. Coincido. A la Estación Retiro le pasa lo mismo que a todo el Downtown, a falta de usuarios se llena de misterio. La realidad, en la forma de mi Juanito dando vueltas enloquecido por el hall, parecía sobrar en ese escenario.

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    • Por eso no uncluí a «Juan Puta» 🙂 en la escena, Fredy. Licencia literaria. ¡Espero que me perdones!

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      • Por si sirve de consuelo Fredy, cuando era chiquito mi nieto creía que de verdad se llamaba «Basta Juan».

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