Gol del Siglo
Domingo 22 de junio de 1986. Tenía 9 años. El televisor Zenith a color viajaba en una mesita con rueditas desde la cocina a la habitación living comedor que compartíamos con mi hermana, haciendo escala en el cuarto de mis viejos. En tres metros de recorrido visitaba esos paisajes del departamentito, ubicado al fondo de un pasillo que se descubría detrás de una puerta, en la calle José Hernández, en Munro, provincia de Buenos Aires.
Esa tarde de domingo estaba con mi mamá viendo el partido. A mi papá le tocó trabajar y mi hermana estaba jugando en lo de una amiguita. La escala del Zenith ese día fue la habitación de mis viejos. El primer tiempo fue más tenso que entretenido. Un poco antes de empezar el segundo tiempo mi mamá se quedó dormida. Bajé el volumen de la televisión para no despertarla. A los 6 minutos del segundo tiempo, el primer gol, el que muchos extranjeros me recuerdan en el viaje. Lo grité en silencio para no despertar a mi mamá. 4 minutos más tarde, EL GOL. Que también grité en silencio, pero de todas maneras mi mamá se despertó por los saltos y abrazos al aire que di. Se despertó y me dijo: «¿qué pasó?». «Es el segundo gol Ma, es el segundo gol», le dije. «Me hubieses despertado, hijo», se lamentó. Mi mamá dormitó 10 minutos. Se perdió de ver en vivo dos de los goles más emblemáticos de la historia del fútbol. Y yo no los pude gritar por respeto a ella.
Miércoles 27 de febrero de 2019. «Balboa» me trajo hasta el Estadio Azteca, campo de batalla de esa revancha futbolística. Sólo quería la foto del Torino con el estadio de fondo, y una foto de la placa recordando ese gol extraordinario. Foto con «Balboa» lograda, tomada por Julio Vizcaíno. Faltaba la placa. Pregunté en distintas entradas del estadio y siempre la misma respuesta: «tiene que contratar el tour». Finalmente así lo hice. Si bien no fue mucho, seis dólares, porque cada centavo cuenta en el viaje, los pagué con gusto. Antes de empezar el tour, le pregunté al guía si íbamos a ver la placa del gol del siglo para quedarme tranquilo, y me dijo que sí. Y así fue, el tour comenzó mostrando distintas placas hasta que llegó a la tan ansiada. El guía la detalló en 10 segundos, lo que casualmente dura la jugada del gol. «Arrancó unos metros detrás de medio campo, burló a seis jugadores incluido el portero y anotó el gol». Piel de pollo, al igual que cada vez que veo ese gol, y se sumaron el nudo en la garganta, los ojos vidriosos y un amague de pucherito. Ya estaba hecho, pero el tour siguió mostrando accesos exclusivos, pasillos característicos, sala de prensa y vestuarios. Luego ingresamos al campo de juego, pero sin pisar el césped, el guía nos repitió una y otra vez que estaba prohibido pisar el césped. Debimos caminar por una vereda que lo rodea. En complicidad, el guía señaló un arco y me dijo, «ésta es la portería de EL GOL». Estaba en un sitio histórico, pensaba todo el tiempo, que todo sucedió ahí. Finalizando la visita, el guía nos invitó a gritar dos goles para escuchar la acústica del estadio. Nos dijo: «Imagínense él o los goles que quieran gritar. A la cuenta de tres, bajo los brazos y gritan, cuando los levanto paran». Casi 32 años después, los goles gritados en silencio, salieron de mi garganta con todas las ganas acumuladas en el lugar de los hechos.Sueño dentro de un sueño
Puedo escribir un capítulo entero de todo lo vivido el martes 30 de abril de 2019. Fue de esos días que todo sale bien. Desde que me levanté hasta que me acosté. Transitar el camino más largo y/o el menos transitado trajo sus frutos. Al entrar a México nunca tuve la ruta definida 100%, se fue haciendo camino al andar, como dice la canción. El saber que el más grande estaba en Culiacán, Sinaloa, ayudó determinantemente a decidir por donde debía ir. Me levanté y luego de desayunar fui a comprar un nuevo portalámpara para la luz de posición y stop izquierda. Fui caminando unas 20 cuadras ida y vuelta hasta la casa de repuestos. Y en esa caminata pensaba: «La idea de venir a Culiacán es para verlo al Diego y no estoy haciendo nada para lograrlo». Regresé a la casa de Don Ernesto y Doña Esperanza, donde me hospedaba y empecé a enviar mensajes por Instagram al 10 y sus allegados para ver si se podía dar el encuentro, un iluso de mi parte. Luego me puse a cambiar la lámpara, quedó todo perfecto. Después me puse a acomodar el panel de la puerta derecha y decidí intentar una vez más regular el levantavidrios de esa misma puerta. Increíblemente quedó perfecto, desde Tucumán, hace dos años, que arrastraba ese inconveniente y no le podía encontrar el punto, y lo logré. Pensé nuevamente: «Está saliendo todo bien, no puedo estar esperando sentado que me contesten un mensaje, debo activar. Me voy al estadio».
Terminé de armar todo y me fui al Estadio de Dorados. Preguntando a uno y a otro, me pasaron lugar y hora donde debía esperar. Para eso faltaban dos horas, entonces fui a la motoposada donde estaban Ale, Albert y Otto, el perro viajero. Me puse a repasar con microfibra húmeda a Balboa, mientras mágicamente aparecía un Fernet con Coca. Todo salía bien. Llegó la hora y nos fuimos con los chicos al lugar indicado. Empezó la vigilia a las 19.15 hs. Recién llegamos y ya estábamos ansiosos y nerviosos. Averiguamos nuevamente y nos dicen que entre las 21 y 21.30 hs salía. Esas dos horas y poco, fueron eternas. Al principio estábamos solos y relativamente tranquilos, hasta que empezó a aparecer gente buscando lo mismo. Nos cruzamos a empleados del club, miembros del cuerpo técnico y jugadores, todos nos tiraron buena onda. El asistente de Diego charlaba con alguien de seguridad hasta que ve a Balboa. Se acerca al portón del estacionamiento y pregunta quien es el dueño. Me acerco y me presento. Hablamos un rato y nos dice que esperemos un poco más que él le avisa. Así fue. Diego está saliendo del estadio acercándose a su camioneta, el asistente le dice en voz alta: «Diego, vino un Torino desde Argentina». Sigue caminando a su camioneta y cuando está abriendo la puerta mira hacia afuera y lo ve a «Balboa». Cerró la puerta de la camioneta y encaró caminando hacia el portón. Verlo caminar hacia nosotros fue como si estuviese saliendo del túnel hacia la cancha. Cada paso que daba, el espacio se abría como el Mar Rojo. Cada paso que daba me envalentonaba más. Y pensaba: «Viene para acá porque vine en mi Torino». Y se me inflaba el pecho. Estreché la mano de D10S, abrazo, mucha felicidad y emoción, no salían las palabras. Le agradecíamos y el nos agradecía a nosotros. No caía que estaba ahí y aún no caigo. Fotos, nos firmó las banderas y nos despedimos porque empezó a juntarse gente y él encaró hacia su camioneta para retirarse. Sueño dentro de un sueño.
¡Muchas gracias Diego!
Héctor Argiró
Fotos: Héctor Argiró y Julio Vizcaíno
Extraído del facebook «El Mundo en Torino».
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