Brújula apuntando al norte y ganas de conocer lugares que dejen sin aliento. Esa fue la consigna antes de arrancar hacia el NOA en plan de descanso y exploración.
Sin dudas uno de los puntos más exóticos del viaje, por lo alto y por lo recóndito y difícil de llegar fue Iruya, un olvidado (aunque no tanto) pueblo a orillas de un río que se encuentra a casi tres mil metros de altura. Llegar es una verdadera travesía desde la RN 9, en un camino de cuarenta kilómetros, temerario en ripio y precipicios en el que nunca se llega a poner tercera. Mirar hacia abajo desde lo alto de la serpenteada traza invita sin dudas al más cruel de los julepes.
La estadía fue de lo más amena y en el momento de dejar el lugar, después de digerir durante la larga noche de sueño el locro del comedor de Mary, a la entrada del pueblo, nos encontramos con dos ejemplares dignos de llenar nuestras páginas. Toro TSX en estado de plena disecación y bolita con alguna esperanza de resucitar.
Símbolos de una industria que se fue y pocas chances de retomar la empinada ruta que lleva de nuevo hacia el asfalto para estas dos glorias de años pasados. Disfruten del cielo azul y lo que queda debajo de él.
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