Cuando uno tiene afectos en otro país, está siempre la deuda de la visita, “¿cuándo me vas a visitar?”, “¡venite bó, que no pasa nada!”, etc, etc.
Así que en el año que recién termina y después de varias intimidaciones por parte de Chris, decidimos dejar atrás las callecitas de Montevideo y concretar la visita. Y como era de esperar, el mundo automotor de New Jersey iba a estar en cada conversación que tuviéramos con el anfitrión.
Chris, como buen “yankee”, tuvo todo tipo de Camaro y Firebird de diferentes años, hasta que por alguna razón -que no entiendo-, terminó con un Toyota Prius.
Supongo que la penitencia por moverse en un vulgar auto japonés lo hizo recapacitar y, por suerte, volvió al viejo cliché automotor americano. Por suerte llegué en el momento justo… los dos vehículos para merodear New Jersey por aquella época eran los siguientes:
Un Pontiac Firebird, clásico muscle car, de «Macho Alfa» americano. Y una Ford Club Wagon 1986 302 V8. La eterna van gringa, mecánica V8 “Windsor 302”, muy amena de conducir. Chris la compró por la módica suma de “20 Franklins”, y se ganó el apodo de “Trusty”, no porque no se rompiera, sino para generar energía positiva en ella desde el vamos, y poder completar los viajes ¡sin problemas!
La realidad es que no se ven muchos clásicos en New Jersey, o más bien, no se dejan ver… Supongo que detrás de las puertas de cada garaje de las lindas casitas de madera, se esconden sorpresas.
Lo sabía, pero me quedó más que claro que el automóvil en Estados Unidos, es un mero instrumento de uso cotidiano, tan común como tener una licuadora, o un reloj. De todas maneras, es evidente que hay millones de entusiastas, y algún cachilo viejo, hasta oxidado artificialmente. se encuentran por allá (el óxido natural parece que sólo es patrimonio yorugua…).
En Nueva York vi sólo un clásico interesante, una camioneta Datsun 510 muy simpática, y después, también interesantes, algunos «cachilos» del aire, en el «SS Intrepid», un portaaviones desafectado, que hoy en día funciona como museo y está amarrado en la costa de Nueva York.
En la noche, y gracias al poder (para bien) de las redes sociales, fuimos a ver un “Bike Show”, afuera de un bar. Motos de todos los tipos (y hasta un inspector de tránsito con su moto), pero, como buen nostálgico, las que me llamaron la atención, fueron estas especie de “Cafe Racer”, que actualmente se pueden comprar 0km.
Este estilo, y lo retro, sin dudas, llamaron la atención de los fabricantes y cada marca tiene su interpretación, viejas ideas y conceptos traídas a la vida otra vez para circular por las calles. Mi favorita sin dudas la Kawasaki, con reminiscencia de las motos de las décadas de los años setentas y ochentas.
Las mañanas las arrancaba con una caminata hasta el supermercado, y todas las pasadas me hacía las mismas preguntas: ¿por qué ese Toyota MR2 está en ese estado de abandono?; ¿tendrá otro en estado de concurso adentro de ese garaje? El MR2 fue una especie de Fiat X1/9 japonés, y tiene montones de adeptos. Personalmente me parece un auto muy interesante. Evidentemente se vendió muy bien en Estados Unidos, ya que no es difícil cruzarse con ellos.
A medida que pasaban los días aparecían más perlitas, incluyendo la filmación de todo un capítulo de una serie de HBO, «The Plot Against America», una serie ambientada en la década de los años cuarenta. Se dejaron ver en el set varios automóviles de esos años.
Gracias a Don Google, durante la estadía buscamos que día podíamos ir a algún «Car Show» cerca para chusmear. Aparentemente todas las ciudades y pueblitos tienen algún club o agrupación, o simplemente algún entusiasta que se dedica a organizar a los parroquianos del «American Dream» sobre ruedas una o dos veces mensuales. La búsqueda arrojó varios resultados, y al llegar al estacionamiento del destino elegido (una hora y pico manejando la Ford Van V8) no estaba ni “the parrot” (el loro) en el lugar anunciado, y por más que buscamos no encontramos ni rastros del bendito «Car Show». Medio desilusionados decidimos no buscar más y nos dedicamos a realizar actividades gringas, como ir al Shopping Mall, el Shooting Range, comer hamburguesas con recetas de los 50, etc.
Como nuestro medio de transporte retro, nos daba algún dolor de cabeza día por medio, hacíamos múltiples visitas al Autozone, una especie de supermercado donde en las góndolas podemos encontrar desde pinitos aromáticos para colgar del retrovisor, hasta carburadores cuatro bocas Edelbrock para el V8 de turno, árboles de levas, etc.
Al salir de uno de ellos, me encontré con un japonés que acá en Uruguay solamente se vieron casi todos como taxis y remises, karma que llevan hasta el día de hoy. Pienso que por eso por estos lares nadie les propina el cariño necesario a esos Toyota Corolla.
Finalmente, y por ley de Murphy, el último día de nuestra estadía pudimos apreciar con gusto, la cultura americana del automóvil, en un “Car Show” en la iglesia de Elizabeth, localidad donde nos estábamos hospedando. Desde un Chevy 1955 -muy “American Graffiti”-, pasando por el raro Buick Grand National y varios muscle cars americanos, hot rods, rat rods, etc, pude presenciar en persona un poquito de «americanismo» en lo que a autos se refiere. Allí descubrimos un incauto MG con un ultra trillado “Small block Chevy Swap”. Pocos pero buenos, es mi percepción de los ejemplares que vi en el Car Show, pero sobre todo un rejunte de ejemplares que resumen de que se trata el “American Dream”.
Fotos: Chris Steingraber
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