Guerra Fría en las arenas de Uruguay

20/Mar/2019

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Enemigos durante la Guerra Fría, dejaron las trincheras y hoy disputan pasajeros en un poblado de la costa uruguaya. Son viejos camiones militares que triunfan en las dunas de Cabo Polonio, pueblo costero donde el asfalto nunca llegó, ni llegará.

Distante 250 km de Montevideo, el Cabo Polonio tuvo como primeros habitantes a los cazadores de lobos marinos. Hasta comienzos de la década de los años noventa, el acceso era por medio de carros tirados por caballos. Fue cuando llegó Raymond Bruneaux, un francés casado con una uruguaya.

Vio allí un tesoro inexplorado y, con un Dodge WC de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, dio inicio al servicio de transporte motorizado. «El Francés», como era conocido Bruneaux, murió en 1996, pero los camiones todo terreno continúan surcando la blanda arena, transportando cada vez más turistas.

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En el último verano, la media fue de 1.800 visitantes por día -la mayoría no pernocta en el cabo y se pierde lo principal: las estrellas-. Como los únicos cables eléctricos que llegan hasta el pueblo son los del Faro, no hay iluminación pública. En la oscuridad, mirar el cielo es como estar en el Planetario.

Los residentes durante todo el año rondan los 80 -son los únicos que tienen derecho a usar auto propio (4×4) en el Cabo Polonio-. Viven en ranchitos sin cercos, repartidos entre las huellas ondulantes.

Con el aumento de la demanda del transporte, especialmente durante el verano, fue necesario ir en busca de vehículos cada vez más grandes. La solución: conseguir, a precio de saldo, camiones todo terreno jubilados de las fuerzas armadas de Uruguay. Y buena parte de esa flota proviene de los países del «Pacto de Varsovia».

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Lanzados en 1977, los soviéticos Ural-4320 llegaron en gran número al Uruguay durante la década de los años noventa, como parte de pago de una deuda asumida por la Federación Rusa luego del fin de la U.R.S.S. Son enormes, con motor V6 Diesel, de 11,2 litros y tracción 6×6.

En la misma época, el gobierno uruguayo compró los camiones militares IFA W50 y Robur LO. Fabricados en Alemania Oriental, «sobraban» luego de la caída del Muro de Berlín -tanto es así que se vendían por entonces a un 15% de su valor original-.

Del lado de la OTAN, los «rivales» más numerosos son los camiones Reo M35 6×6, modelo militar gringo que comenzó a fabricarse en 1950. Los que ruedan por el Cabo Polonio ya incorporan motores Diesel adaptados, en lugar de la mecánica original naftera. También en ese mismo bando encontramos a los Bedford MK 4×4 británicos, lanzados en 1959.

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Todos reciben una estructura rudimentaria de dos niveles, con los asientos para los pasajeros y espacio para el equipaje y las tablas de surf. Cada camión es bautizado y recibe una decoración propia.

«Antes, cargábamos todos los pasajeros que podían caber. Ahora quedó estipulado que la capacidad máxima es de 38 personas», cuenta el chofer Fernando de León.

Acomodado a dos metros del piso, en la cabina del gigantesco IFA W50 L, De León demora unos 25 minutos para recorrer los 7 km de médanos (dunas con algo de vegetación nativa) entre el Cabo Polonio y una pequeña terminal sobre la Ruta 10, donde hacen escala los ómnibus que llegan desde Montevideo y otros puntos. En un trecho, la playa se convierte en la ruta, pero los viejos camiones de guerra toman cartas. Segunda de baja, el ronquido del Diesel, la transmisión gimiendo… y allá van, incansables, en su batalla final.

Fotos: Jason Vogel

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