Un día inolvidable

21/Nov/2009

largada

Fernando Vallejo, propietario de un Pur Sang Type 35, me comentó en una cena de club si quería correr parte de una etapa en su auto durante las 1000 millas. Demás está decir que acepté la propuesta, valorando el gesto de este gentleman driver, y fue así que esta mañana partimos junto con su copiloto, Sebastián Basso, esta vez se sentado tras el rústico aro de madera, al mando de la maquinaria.

No es el espíritu de esta nota debatir sobre réplicas, reproducciones, imitaciones, verdaderos, falsos, medio falsos, medio buenos, o muy buenos. Eso lo dejamos para otro día. Hoy me gustaría transmitir lo que viví durante una hora a bordo de un auto de grand prix de preguerra y el efecto que me produjo.

No exagero si digo que es una de las sensaciones más puras que me tocó vivir sobre cuatro ruedas, y aquí es donde los sentidos comienzan a dictar su ley: Desde tomar asiento (de alguna manera hay que llamar la operación de acomodarse sobre una tabla acolchada), pasando por amoldar el tren inferior entre la maraña mecánica compuesta por caja, selectores, cadenas de tensado de las varillas de freno, manivelas para la lubricación del motor, y la de bombeo de nafta, tareas estas últimas a cargo del copiloto quien lejos de observar (y sufrir), era el fogonero del aparato, teniendo también a su cargo la responsabilidad del buen funcionamiento del bólido.

35

Una vez instalado entre los fierros, y con media espalda fuera del asiento, ya que la silueta del auto no permite el apoyo total (ni hablar de apoyacabezas) comenzó la tarea de cronometrar tiempos en medio de la palpitación y el ronquido que emite el ocho en línea. Ruido a hueso roto en el cambio que se inserta, vibración de transmisión, motor, humo…¡¡¡largamos!!!

Fue un deleite ver la afilada trompa amarilla devorarse las curvas y contracurvas con el asfalto y algo de ripio que el paisaje patagónico nos puso como alimento, mientras mis dientes mordían el frío y mis vértebras lumbares a los gritos pedían una tregua. ¡¡¡Qué placer!!!

La noble mecánica afilaba perfectamente los compases, y enseguida nos vimos pasando autos que venían a buen ritmo por Circuito Chico, y luego por la Av. Bustillo, viajando entre 80 y 110 km/h, es decir a algo menos de la mitad de su velocidad máxima. Un momento incomparable, de alta emoción, enmarcado por un paisaje de fondo dibujado a medida para disfrutar.

En plena lujuria velocística, comenzamos lentamente a bajar las pulsaciones y la silueta de Fernando se dibujó detrás de una curva. Como un calesitero que apaga su artefacto me di cuenta que se había terminado la vuelta, y que nadie pondría más monedas para pagarme otra… Agradecí al equipaje la nobleza del gesto, y los saludé mientras el ocho en línea desde adentro del capot me respondió gritando un «hasta pronto» que rápidamente se hizo humo y al respirarlo me sentí un niño muy pero muy feliz.

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