Monos, lagartijas, osos, felinos, lobos marinos, otros animales que se creía extinguidos… la naturaleza recupera sus espacios apenas el avance del hombre retrocede unos pasos.
En algo de eso venía pensando ayer mientras pedaleaba por la rambla de Colonia, y las vecinas playas retomadas por sus perros, cuando vi una imagen que ya tenía casi olvidada. La de una familia disfrutando de un espacio público como parte de un paseo de día soleado con la cachila familiar.
A partir de esa asociación, me permití fantasear con la idea de un «nuevo» mundo en el que los autos clásicos, más allá de su abolengo y su estado, también recuperen su lugar y sus propietarios vuelvan a ser gente que los use y no acumuladores seriales que no saben lo que tienen, los tienen porque especulan o porque de tanto especular se olvidaron que los autos son para usarlos y, de paso, disfrutarlos.
Practicando el aislamiento social, la familia Velázquez salió a pasear con su Chevrolet «seis» 1929 y decidió hacer un alto en el camino en una de las chicanas sobrevivientes del viejo circuito del Real de San Carlos. Trabajadores rurales por los pagos de José Enrique Rodó, en el departamento de Mercedes, los Velázquez pasan algunos fines de semana en Colonia y decidieron sacar a pasear ayer a la descendencia en este phaeton, que encontraron y compraron un tiempo atrás en el «ghetto» de Narbona, en las afueras de la ciudad de Carmelo.
¡La naturaleza y los autos clásicos no saben de confinamientos!
Fotos: Diego Speratti
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