Cuando Citroën llego a su centenario, en 2019, me tocó hacer una propuesta de contenidos para la filial argentina de la marca francesa. Entre mis favoritos del temario sobresalía aquello de “Gualeguaychú, la ciudad de los Citroën”.
Y aquí cabe recordar que, sin hacer ni de cerca los méritos, Cortines, en el partido bonaerense de Luján, es conocida por su antigua YPF y por ser “el pueblo de los Citroën”. Pero Gualeguaychú es otra cosa. Hay talleres dedicados cariñosamente a los Citroën bicilíndricos, que además de mantenerlos en funcionamiento decoran la cuadra con hileras de 2CV, 3CV, Ami 8 o Mehari; se los ve yendo a los balnearios, paseando por la costanera, encarando el barro de los caminos aledaños, llevando a las infancias a la escuela, de compras y en cualquier ocasión cotidiana. Atravieso la ciudad entrerriana a menudo y abocado a esa tarea me entretengo y sorprendo contando la cantidad de Citroén que puedo cruzarme en bocacalles o estacionados momentáneamente (los de los talleres no valen…). Fácilmente se puede llegar a 5 o 6 en los 10/15 minutos que lleva atravesar el ejido urbano.
Y aunque muchas veces se valora verlos con las modificaciones que los ayudaron a transitar todos estos años (especialmente los guardabarros recortados), rescato de la última pasada de julio al ejemplar más original de todos los que se dejaron ver en una jornada muy fría y tan gris: un 2 CV circa 1970, estacionado frente a un lubricentro habitado por propietario y una perra simpatiquísima, de la que no recuerdo el nombre pero si su extrema facilidad de “regalarse” a los pies del forastero. Y así, seguimos construyendo el relato de “Gualeguaychú, la ciudad de los Citroën”.
Fotos: Diego Speratti
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Diego, como es eso : llevando a pasear a las infancias. Te quemaron el cerebro ?
A mi gusto, el patito es una de las mejores obras de diseño industrial automotriz, cada tornillo se estudió para cumplir su cometido, y lo hizo con creces, me encantan