Las insoportables dudas sobre los Amilcar 6 cilindros en Argentina

22/Oct/2015

El C6 junto al Sumbeam 4,5 litros ganador del Grand Prix de Miramas en la casa de Macoco en Paris

Con los recientes artículos sobre los Amilcar 6 cilindros de Simon Moore para la revista The Automobile, y principalmente con su última carta de lectores sobre el Amilcar C6 de «Macoco» compitiendo en la ciudad de Mar del Plata, no pude evitar que viniera a mi memoria el viejo misterio sobre estos modelos en Argentina (y alrededores…).

Mi padre, durante gran parte de su vida, se dedicó a la investigación y restauración de distintos ejemplares de esta marca francesa. También fue dueño de uno de estos Amilcar Grand Prix que llegaron a Argentina y que, aparentemente, fuera propiedad de Martín “Macoco” de Alzaga Unzué. Lamentablemente él murió hace muchos años y dejó muy poco escrito sobre la cuestión. Sólo en algunos artículos que publicó durante sus años de periodista en diversas revistas temáticas hizo comentarios sobre la historia de esta marca en el país, pero también nos dejó todas sus dudas, que siguen siendo las mismas que tengo hoy en día…

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Él recordaba que siendo niño iba a una agencia de autos en la Av. Juan B. Justo y Av. Santa Fe, relativamente cerca de su casa, donde había un Amilcar 6 cilindros en venta. Fantaseaba que su padre se lo compraría algún día y asiduamente iba a ver a “su” auto. Hasta llegó a ganarse la confianza de los vendedores que le permitían sentarse adentro y tomar el volante para sentir el poder de la historia. Un día, como tantos otros, lo fue a ver y ya no estaba más. Este había sido el auto de «Chuzo» González, que algunos expertos en el tema afirman que fue exportado a Alemania a fines de los 50s o principios de los 60s.

AMILCAR 6C CHUZO

Y aquí comienzan los misterios. Hace algunos años que estoy tratando de averiguar el enigma de los Amilcar 6 cilindros que parece que a muy pocos interesa, al menos en Argentina. Los datos que logré conseguir no son muchos pero el tema comienza más o menos así: según el libro Fuerza Libre, de Guillermo Sánchez, en 1925 hubo una representación de la casa Amilcar en Buenos Aires a cargo de un señor llamado Raúl Chiesa. Aparentemente, se importó un número considerable de estos autos y muchos corrieron en el viejo circuito de la localidad de San Martín. No se sabe bien si fueron sólo pequeños modelos de 4 cilindros -mi padre logró encontrar muchos de éstos-, o también algunos 6 cilindros. Según la mayoría de los «monos sabios» sólo participaron de los primeros, pero algunos de esos ejemplares tenían compresor.

A principios de los años 70 mi padre le hizo una entrevista a «Macoco» para la revista Corsa. A partir de ese momento logró entablar una amistad con el dandy y según sus recuerdos le comentó que en los años 20 se trajo dos 6 cilindros de Europa. La leyenda cuenta que un día pasó frente a la agencia Amilcar en los Champs Elysées de París y vio que había dos en exposición. Cuando preguntó el valor le respondieron una cifra muy elevada, equivalente a un Rolls-Royce del momento. La respuesta de «Macoco» fue: “Muy bien, me llevo los dos…”. Nunca nadie pudo comprobar la anécdota pero la realidad es que tuvo dos de estos Amilcar, que según Guillermo Sánchez eran un C6 y un C0. Según «Macoco», uno era el que había ganado el Grand Prix de Voiturettes en 1925 y el otro era una “réplica” del anterior. Supongo que lo dijo por el C6 comparado con el C0 por las bancadas de metales y no de rulemanes. No sé bien a que se refirió con esto, pero con uno de los dos corrió algunas carreras en Europa, entre ellas la trepada de Behovia en los Bajos Pirineos donde salió segundo detrás de un Delage 12 cilindros.

Luego, cuando regresó a la Argentina, no se sabe bien si se trajo uno o los dos autos. Según lo que pude deducir trajo los dos. Según «Macoco» también, pero hay quienes creen que se pudo haber “confundido” y sólo trajo uno. En la foto que publicó Simon Moore en The Automobile, se lo ve corriendo en Mar del Plata con el auto que más usó y al que luego le adaptaron un motor Ford V8, primero un 60 y luego un 85 HP. Con el tiempo este auto fue desmaterializándose en diferentes categorías menores donde lo fueron sometiendo a diversas modificaciones. Se sabe también que al último V8 le agregaron un compresor Mc Culoch y que terminó sus días con un tren delantero completo de Lancia Augusta. El último registro de este auto es que fue de Enrique Moyano hasta que murió. Luego, como dijo mi viejo, “se lo tragó literalmente la tierra”.

El otro puede haber sido rescatado por mi padre siguiendo algunas indicaciones de lo que «Macoco» recordaba. Pero el dato certero recién llegó en 1968 a través de una persona que quiso publicarlo para la venta en los clasificados de la revista Corsa, aunque eso nunca llegó a suceder porque no pasó el «filtro» de la redacción en la que el trabajaba. El auto sin motor estaba en un desarmadero en Temperley, en las afueras de Buenos Aires, con algunas modificaciones del tiempo y mucha corrosión, pero nada grave. Hacerse del motor y sus partes fue lo más difícil. El resto estaba todo.

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Mi padre fue recorriendo los diferentes talleres a los que el antiguo dueño recordaba que había encargado tareas y nunca pasó por ellas. Así fue pasando el tiempo, yendo de uno a otro, hasta que llegó a un rectificador donde por enésima vez preguntó por ese motor raro. “Ah, ¿uno viejo de aluminio?», le preguntó el mecánico, “Sí, sí, ese” le respondió Sánchez Ortega. “¡Qué suerte tiene!, justo lo estábamos por tapar con cemento”, le dijo el mecánico mientras lo llevaba hasta el fondo del taller donde había un enorme pozo de un poste de luz. Lo estaban rellenando con basura y fierros para luego volcarle cemento líquido. En el oscuro fondo se podía ver un motor donde se leía Amilcar en las tapas de los árboles de levas.

Con la ayuda del mago «Pichón» Rocha lograron, con sangre, sudor y lágrimas verdes, hacerlo andar. Rodolfo Iriarte, testigo de toda esta historia, recuerda que había muchas piezas irrecuperables y que las bielas del motor eran unas de Ford forjadas que las habían soldado. La única solución que encontraron fue ponerle bielas de Mini Cooper y los pistones hechos a medida. Esta atrocidad de las bielas Ford fue autoría de Jorge Malbrán, confesó él mismo, cuando el auto era de «Chuzo» y corrió en las primeras carreras del Club de Automóviles Sport. Entonces ¿este auto es el de González y nunca fue exportado a Alemania como aseguraban? ¿O sólo quedó el motor y el resto del auto se fue?

En segunda fila Chuzo y su Amilcar en una largada del CAS en la costanera

Pero la historia es más complicada. Juan Jiménez Cabrera, un uruguayo de Montevideo, importo a su país un C6 en 1929. Aquí entra el tercer Amilcar de la discordia… Se sabe que corrió varias carreras, muchas de ellas sobre la Rambla Wilson de su ciudad. A mediados de los años 30 se lo vendió a Jorge Montero, que lo corrió algunos años más y también terminó adaptándole un Ford V8. Hay que comprender que esos motores eran muy complejos para los mecánicos locales y conseguir repuestos era muy difícil o casi imposible. La opción de “americanizar” la mecánica era muy tentadora y de esa manera se podía lograr un excelente híbrido con la potencia y confiabilidad de un motor americano y las prestaciones que brindaba un chasis Grand Prix europeo. Luego no se supo más nada sobre este auto. Algunas hipótesis sugieren que pudo haber sido exportado a Argentina pero la realidad es que no hay ningún registro sobre eso.

Enrique y Santiago con chasis Amilcar en Pergamino

Chasis en construccion en Pergamino 80s

La restauración del C6 de mi padre llevó años y muchos disgustos. Junto a la ayuda de su amigo Desmond Peacock desde Inglaterra y muchos otros en Buenos Aires lograron hacerlo rugir. Gran parte de la ayuda en este trabajo fue a cargo de Héctor “Chiquito” Solmi en el galpón del campo en Pergamino, principalmente todo el trabajo del chasis. Una vez restaurado completamente el auto quedó espectacular y sonaba que estremecía la piel (cuando arrancaba…), pero había un gran problema, mi padre medía 1,90 m y el auto bordeaba el límite de ser un juguete. De la única manera que podía entrar ahí era si le sacaba los asientos. Haciendo contorsiones con su prominente panza se introducía allí poco a poco. Pero salir era un drama. El auto lo corrió en algunas carreras del Club del Automóviles Sport sin demasiados logros ni satisfacciones. El resultado fue que unos pocos años después lo vendió y el C6 volvió a Francia luego de 60 años. Este fue el último modelo que hubo en el país.

Entonces las dudas son: ¿»Macoco» trajo dos C6 a Argentina? ¿Alguno de los dos era un C0? ¿El de «Chuzo» González cuál fue? ¿Era la “replica” de «Macoco» o fue el de Montevideo? ¿Habrá sido uno que trajo posteriormente «Macoco» y no recordaba? ¿Raúl Chiesa habrá traído algún otro «no declarado» para su agencia? ¿El auto de mi padre fue un chasis de C6 con el motor de otro? En definitiva, ¿cuántos Amilcar 6 cilindros hubo en estas costas?

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Todo indicaría que el auto de mi padre sería el que fue de «Chuzo», principalmente por algunas características de la carrocería. Entonces, ¿el que se exportó habrá sido el uruguayo? ¿Se exportó el segundo de «Macoco» y el de mi padre era el uruguayo? ¿O no se exportó ninguno en los años sesenta? ¡Me vuelvo loco!

Mi padre también tuvo un CGSs que usó durante muchos años y proyectos varios con otros 4 cilindros. La mayoría de ellos volvieron a Europa y estoy seguro que allá deben tener un seguimiento histórico más preciso de sus historias. Tal vez nuestros amigos del Amilcar Register me puedan ayudar con este misterio de los Amilcar 6 cilindros que pisaron Argentina y de una buena vez pueda dormir en paz.

Fotos: Archivo Sánchez Ortega

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Publicado originalmente en la edición número 61 (Primavera 2015) de la Revista Rueda Rudge, órgano gráfico del Club de Automóviles Clásicos de la República Argentina.

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