Fin de semana Saabático

30/Mar/2010

La historia de este encuentro comienza hace un par de semanas, cuando Alberto Domingo, haciéndole caso a su compatriota Sanguinetti, decidió bucear por primera vez en RETROVISIONES, y allí vio un auto que le es muy familiar: un Saab 93.

Había nuestro amigo y presidente del Club Saab de Uruguay, intentado comunicarse con nosotros, cuando a los pocos días le envié un mail al club presentándonos en sociedad, y obteniendo una respuesta por parte de él, que nos masajeó el Ego por un instante. “Ya los conocemos… Muy lindo el sitio, y muy buenas las notas de Saab”. Con el envión de su respuesta, y las fotos que había visto en el sitio del club, me lancé a preguntarle si estaría este último fin de semana para realizar una visita al santuario que tiene allá en Montevideo.

Llevó menos de un minuto ponernos de acuerdo y concretar la cosa el mismo sábado a la mañana, y con todo el día por delante para llevar a cabo el cónclave. Cuando apareció en el hotel a bordo de su 96 narigón de color blanco, me di cuenta que la lista de nuevos amigos se había agrandado, y no terminaría allí. En tres cilindros y quemando aceite (como corresponde) nos fuimos montados en el veloz 96 hasta el taller en donde nos esperaba su hijo Alejandro a quién visitaban los Bermúdez padre e hijo, tripulantes que fueran ya retratados a bordo de su Giulia blanca en el último 19 Capitales por el incombustible “Fogonazo” Tillous.

Cuando se abrió el portón, me recibió un 96 con la pintura apenas terminada y montado sobre un carrito, que al destaparse mostró su brillante esqueleto recién tratado, y que seguramente dará a su dueño muchas satisfacciones de aquí en más. A partir de ese momento, comencé a contar:  “Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…” Sí, siete Saab bajo el mismo techo y todos con religiosa pulcritud, ordenados en fila según estado de conservación, o proceso de restauración.

Menos el 96 que me recibió, los demás son todos de Alberto, cosa que me generó una insana envidia (no hay envidia sana, y menos en este caso…) al ver como además de los autos, atesora una soberbia cantidad de piezas de todo tipo, prolijamente acomodadas en distintos puntos de la catedral.

Alejandro comenzó a describir los autos y yo escuchaba embobado los relatos de padre e hijo, quienes con matemática precisión sacaban datos de algún disco rígido implantado (no hay capacidad para almacenar tanta información en un cerebro humano) escupiendo imposibles estadísticas y bondades de los autos, que alimentaban cada vez más mi fanatismo por las «gordis» suecas.

El plato fuerte es sin dudas el 850 Sport que están a punto de terminar, que fuera en sus años mozos propiedad de Alberto, y con el que ganara el Campeonato Uruguayo de Rallies en 1971. Este 850, desde hace unos años, y tras una larguísima historia que en breve contaremos, volvió cuan hijo pródigo a quedarse para siempre en la casa de los Domingo. Con algo de suerte lo tendrán listo para el Rally del Río de La Plata que se disputará el 1 de Mayo en Colonia, al que seguramente iremos y en donde se espera la presencia del equipo argentino compuesto por los dos maravillosos ejemplares de Saab 92 que hace unos días les presentamos.

Las fotos no logran transmitir el estado de este auto, al que le fue hecho absolutamente todo, hasta el último de los tornillos, y que será un ejemplo de restauración de autos de competición de época. Una delicia ver el cuidado con el que montaban las piezas, entre las que se encuentra la “careta” apenas desembalada, comprada a un viejo repuestero, y que nunca fue usada… Completa la dotación otro mellizo 850 sport, de los diez que entraron en Uruguay, con la particularidad de tener un solo apoyacabezas, y encima del lado del copiloto.

La explicación la dieron los anfitriones explicando el verdadero sentido de la palabra: es decir servía para que el balero del acromegálico de Carlsson se relajara encontrando un apoyo en los tramos de enlace, haciendo manejar al copiloto, y permitiendo reposar al inmenso volante vikingo. En el fondo del taller, y en distintos estados de conservación, tres “gordis” más, siempre “ñatas” que son más tocables que las “trompudas”, digámoslo, y que están listas para emprender el largo y penoso camino de la resurrección.

Atragantado de historias y datos, pedí un vaso de agua para bajar tanta información, y ante la propuesta de un chivito, no pude negarme, así que terminamos hablando de la vida con el 96 de Alberto vigilándonos bien de cerca. Le comenté acerca de un loco proyecto mío que tiene que ver con la marca y quedamos en intercambiar información antes de embarcarme en una aventura semejante, sirviendo además el comentario como inocente excusa para hacer más visitas a su taller.



Con la panza llena de anécdotas, historias, y el chivito enfrentando a mis jugos digestivos, abrí la ventana del 96, y me tomé todo el viento que pude, cerrando los ojos y escuchando el murmullo del tricilíndrico, sintiendo bajo mis suelas las cálidas vibraciones que nos recuerdan que estamos ante algo completamente distinto. Cuando vi a Alberto alejarse envuelto en una simpática nube de humo azul, recordé que hasta hace unas semanas no sabía quién era, y que a partir de ahora él, Alejandro y sus seis “gordis” serán patrimonio de todos nosotros quienes compartimos a diario este espacio, y que gracias a gente como ellos se ha transformado exactamente en lo que imaginamos aquella noche de carnaval y caipirinhas en Barranquilla, cuando nació en nuestra cabeza RETROVISIONES: Un lugar de encuentro. Ni más ni menos que eso.

Alberto, muchas gracias por entenderlo así.

 

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