El ruido ensordecedor me provocaba pánico y su forma de escualo prehistórico potenciaba esa sensación. Me acuerdo perfecto el sonido rabioso del motorcito que hacía que todo el aluminio de la carrocería produjera una resonancia rarísima y temible. Creo que debe ser uno de mis primeros recuerdos.
Mi viejo quería que lo acompañara a dar una vuelta en la Savonuzzi pero yo me negaba. Al final me convenció. Recuerdo mucho calor, mucho ruido y a mi viejo sentado en el piso, porque le había sacado la butaca. Esa fue una de las razones por las que lo cambió por el Bentley. Mi madre estaba muy preocupada del entusiasmo que le ponía a las carreras del CAS y sobre todo por la forma en que corría.
Enrique medía casi dos metros y, aunque la Cisitalia no tenía la butaca puesta, entraba casi en posición fetal, a punto de desnucarse cuando se ponía el casco. En esa época a las Cisitalia creo que no le daban mucha bola. Me contaron que esta Savonuzzi estuvo muchos años tirada a la intemperie en la vieja sede del club. Nadie la quería, decían que era un Fiat preparado con aletas.
A pesar de que mi viejo la puso en condiciones y la corrió con mucho aprecio, finalmente se la cambió a Lucio Bollaert por el Bentley 3 litros que se sabía que estaba a punto de exportarlo. También sabía que la Cisitalia seguramente tendría el mismo destino, pero consideró que era necesario que el camión británico quedara en el país, ya que lo consideraba un auto más “importante” y que difícilmente volviera. Ahora creo que hay como veinte Bentley vintage y muchas menos Cisitalia de ese calibre. Cosas del destino.
Hoy el autito aeroespacial amanece todos los días junto al Monte Fuji, soñando con volver a las pampas, antes de que el volcán, inevitablemente, explote en mil pedazos.
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